En
el café, el señor de las gafas que me atiende, y yo.
Varios periódicos, uno para mis manos, voy con él a la mesa,
me siento... La noticia, en las páginas interiores, local:
“Mujer de treinta y seis años, hallada desnuda sin decir palabra,
en el portal de su casa”.
“¡Vaya!”,-me digo yo, “no decía palabra... ¿ella,
o los que la encontraron, o la que escribió la noticia?”
No
obstante la descripción de lo ocurrido aclaró todas mis
dudas: mujer como estatua en el portal de su casa, enajenada, seguramente;
presa de un choque emocional sin duda, tras perder a su marido en un accidente
en que también moría otra mujer, supuesta amante del anterior.
La mujer estaba en el paro, su ocupación principal era preparar
oposiciones, y la mayoría de las tareas domésticas. No tenía
más familia que su marido. Entre otras cosas, porque era una emigrante
bávara.
Curioso,
sigo leyendo y descubro que vive en mi barrio -- o vivía: seguramente
la enviaron a otro lugar--, al lado, uy, no , en el portal de mi casa,
uf.
Intento
ver su cara, sus ojos, su pelo, su cuerpo...
Es algo rubia y algo gorda, ya sé, lleva los labios muy pintados
y zapatos de tacón, de aguja; siempre unos diminutos zapatos de
tacón con distintos ornamentos en la puntera. Pero es algo mayor
de treinta y seis... acaso, cuarenta y seis. La primera vez que la vi,
llevaba un traje de chaqueta --la chaqueta, bien entallada; la falda,
de tubo, por la rodilla, un poco más baja-- y un sombrero con una
flor. Extravagante, insólita, sin embargo no parece loca, me digo
mientras la veo, con su moño rubio, con su tez de manteca pero
sonrosada. Sus labios rojos, la boca pequeña, los ojos analizando
todo, la expresión tan racional que asusta, me siento un
petimetre a su lado ahora mientras la veo.
“Voy
a dibujarla”, me digo.
Así que dejo el periódico, abono mi café, me despido
del siempre amable señor de las gafas, y parto a buscar lápices
y hojas de papel adecuado.
He
salido del “Café de la Plaza”, caramba, ¿de dónde
saqué yo un Café de Bagdag?
La mujer del periódico no es ningún sueño, ninguna
foto de celuloide. Esa mujer es muy real
y vive al lado de mi casa, en el mismo bloque de apartamentos... Pero
no es bávara, sino checoslovaca. Y, efectivamente, aparenta treinta
y seis años, rubia y algo gruesa. Muy rubia y con la expresión
ausente, se diría que se encuentra siempre de viaje.
¿De
viaje? Nos encontramos en el portal, era ella, estoy seguro. Pero más
guapa de lo que imaginé, y llevaba un sombrero, con una estrellita.
Parecía feliz, iba un hombre con ella, moreno, muy moreno. Con
un maletín lleno de pinturas de óleo. Entonces lo recordé,
él es el vecino que estudia Bellas Artes, así que ella es
su modelo, suele llevarlas al estudio que utiliza, en la segunda planta.
“No,
eso sí que no: iba a dibujarla yo primero”, me digo, a punto de
verme invadido por un ataque de ansiedad.
Así que los abordo,
-Perdone, le digo, mientras esculpo sus ojos con los míos, ¿no
ha salido usted hoy en el periódico?
Ella sonríe, y me dice que sí. El hombre asiente a
su vez.
Y comienza a hablar, primero en español, después, a la vez
que se nubla de lágrimas, en su idioma que yo no comprendo, y se
va quedando sin gestos en la cara, mientras avanza y comienza a quitarse
la ropa, despacio pero sin parar. Ya cerca del umbral, se detiene y completa
su desnudo, del que sólo deja los zapatos como testimonio , no
sé bien por qué. Entonces calla.
El hombre se acerca y le pone su chaqueta encima, y ella no se mueve.
También saca, el hombre, una cámara de fotos, del maletín
de las pinturas. Toma varias instantáneas, y me pide a mí
que me desnude. Yo le digo que de acuerdo, pero tiene que dejarme dibujarla
después. No pone impedimento, así que me desnudo yo... Pero
entonces comienzo a hablar, como ella, incesantemente. Y no dejo de mirarla,
presa de una extraña fascinación. De modo que termino yo
mi desnudo y le quito a ella la chaqueta, mientras me acerco. Beso sus
labios rojos, los dientes blancos, siento sus senos calientes en mi pecho.
Los chupo amorosamente, mientras el hombre moreno nos fotografía.
Mi sexo se yergue sobre su vientre, mas no puedo atravesarlo, no, demasiada
grasa, entonces siento el frío de enero caer sobre mi espalda,
y salgo de ella, asustado, aunque su cuerpo permanece en la misma, exacta
postura del principio. Recojo mi ropa y huyo corriendo, corriendo, con
la sensación de que esto ha sido una burla.
Voy
al Café de la Plaza, y le digo al señor-de-las-gafas-amable
que traiga el mismo periódico de hoy, mañana también.
No sé por qué he ido al Café
de nuevo... Pero busco en el periódico y le muestro la noticia
que yo había leído unas horas antes,
-Mire, mire, -le digo. La mujer ésta, es vecina mía, y mañana
saldré yo como su amante o así, o como su violador, o qué
sé yo. Pero es guapa, es muy guapa, casi la encierro en un dibujo,
pero el fotógrafo no me dejó.
El cálido camarero no se inmuta, y me dice,
-Por supuesto: mañana tendrá aquí su periódico.
Me alegrará mucho saber que sale usted. Buenos días.
Y se va a atender una mesa.
“Vaya”, me digo, “Es hora de volver a casa, o no tendré tiempo
de comer para ir a trabajar... ¿La veré aún, allí?
¿Llevará sombrero, hoy? ¿Traje de chaqueta? ¿De
verdad se ha quedado viuda? Tengo que dibujarla, tengo que dibujarla,
tengo que...”
Y dejo de pensar porque estoy harto de estas tonterías: Esa mujer,
sólo existe en el periódico, pura ficción, papel
couché. Además, está gorda. Por cierto, voy a sacar
del video-club “Bagdad Café”, sí, ahí también
estuvo, esa misma mujer... Mi ex-esposa se le parece bastante.
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