El
apura la copa en un bar sin nombre.
Ella se pinta la linea de los ojos ante cualquier espejo.
El hace virguerías para no mirar el reloj.
Ella quiere creer que el milimétrico temblor de su mano es el habitual.
El pide otro cognac.
Ella respira hondo.
El tararea una canción ... de pronto recuerda la letra y enmudece.
Ella compra un enorme surtido de revistas, de esas que se leen en los
viajes.
El deja una propina roñosa, y entra en el siguiente bar.
Ella enciende un cigarrillo y tira la cerilla lejos del cenicero.
El pregunta si los servicios estan al final de la barra.
Ella deja la mente en blanco, siguiendo las evoluciones de las volutas
de humo.
El decide pasarse a los medios de ginebra con limón.
Ella lanza el cigarrillo al cenicero ..... tampoco esta vez acierta.
El introduce unas monedas en la máquina de tabaco.
Ella se dirige al bar de la estación.
El estaba fatal cuando la conoció.
Ella casi se había acostumbrado a vivir sola.
El se agarró a ella con la desesperación de los que no saben
perder.
Ella le quiso más que a su vida, más que a la muerte ...
como en la copla.
El se quejaba de que ella no le dejara respirar.
Ella le reprochaba su inconsistencia.
El cae al suelo, arrastrando la banqueta y una papelera vacía.
Ella se equivoca de vagón, vuelve a salir al andén y busca
ayuda con los ojos.
El farfulla una excusa tartamuda a un camarero indiferente.
Ella cree distinguirle entre las sombras presurosas que se dirigen al
tren.
El apoya los codos en la barra y empieza a llorar.
Ella sufre la bofetada del desengaño, con la misma intensidad como
si se tratara de la primera vez.
- Si sólo supieras llorar .... suplica ella.
- Si pudieras verme cuando no te tengo,
solloza él.
- Delirios de borracho, suspira el camarero.
|