Estaba de barro
hasta las pestañas. En un agujero, sentado, fumándose un cigarrillo.
De vez en cuando se escuchaba música, cualquier tipo de música, y
él lo agradecía. De barro, hasta la médula. Del cuello de su camisa
se desprendía un olor agradable, muy bonito, especial. Daba una calada,
expulsaba el humo y aspiraba el olor. Muy grato, sí, en el barro,
aún conservaba en un bolsillo interior un pañuelo completamente blanco
y planchado, pero no quería tocarlo, mejor, por si pasaba alguna mujer
llorando, a veces alguien se detenía a charlar con él, en el banco
de al lado, él en el barro, en el barro, pensaba, hasta
en la lluvia. No pasaba nada, no pasaba nada. Caminaba con pies
de barro y paso a paso llegaría al río.