“Quien
reviste la lucidez reviste la tristeza" -
Debe estar loca!
- No, porque si lo estuviera no habría venido por el dinero de la renta en forma tan puntual – dijo Jorge viendo la figura de la mujer que se alejaba por la calle contando cada paso que daba - Dije loca, no tonta - concluyo Antonia cerrando la puerta de la casa - me da miedo que cualquier día nos pida la casa, con lo bien ubicada que está y lo bonita que es, por eso trato a esa mujer lo más amable que puedo. Estoy segura de que terminará en un manicomio cualquier día de estos. Ahora sigamos con lo de mi tinte para el cabello, descubrir esas canas me ha dejado muy triste - Pero Antonia, eres muy joven - dijo Jorge en tono jocoso - ¡Nada! Que así comienzan de una a una y cualquier día me veré con mi cabeza blanca y la gente llamándome "doña" Antonia y todos sabemos que "doña" solo son las ancianas en estos tiempos… Mariana caminaba por sobre el cordón de la banqueta pisando con mucho cuidado para no caer en el al canal de la calle, juego en el que se entretenía mientras pensaba en los dos jóvenes que vivían en una de sus casas de alquiler. Esos inquilinos le parecían curiosos, siempre atentos pero al tiempo temerosos de algo que no definía bien. Piso aquí, aquí y aquí, decía mientras avanzaba, sin importarle la mirada de la gente que se encontraba. Pisare aquí, aquí y aquí repetía. Siguió así hasta que llegó a "La Tienda de los Regalos" enorme tienda donde se vendían todo tipo de cosas inútiles. Apenas traspasó las puertas de cristal del lugar y una sonrisa apareció en su rostro, presurosa se dirigió a la sección de joyería, le entretenía ver los diseños de los relojes, tanto, que casi diario iba a esa tienda a observarlos. Les veía tan meticulosamente que parecía querer aprender cada detalle de ellos. Veía la manecilla grande y la pequeña, la de los segunderos y los puntos que indicaban cada hora, en otros veía los pequeños brillantes que tenían y en otros más la forma o color. Sus preferidos eran los dorados con carátula de números romanos, correa de piel y manecillas, no le agradaban los de dígitos, les veía como si no fueran relojes, esos para ella no median el tiempo solo lo disfrazaban. Hacía tanto que no tenía tiempo para ella, siempre al pendiente de la salud de su madre, solamente podía darse ese gusto: mirar relojes, como si al hacerlo desafiara al mismo Cronos. Al igual que cada día, la joven del mostrador de los relojes le preguntó si le interesaba alguno, "¿Desea que le muestre alguno?" "¿En que le puedo ayudar?" Usaba ese tipo de frases acompañandolas con los gestos que las dependientas saben hacer. Mariana se limito a sonreír y retirarse del lugar. La encargada sonrió también, se le había hecho ya costumbre esa especie de ritual entre esa señora y ella. Mariana alcanzó la calle nuevamente, caminaba con cuidado viendo donde ponía cada pie. Pisare aquí, aquí y aquí, repetía, así siguió hasta llegar a su casa. -
¿Mariana eres tu? Mariana comenzó a subir las escaleras y mentalmente decía: piso aquí, aquí y aquí hasta que llegó con su madre que estaba en una mecedora viendo la televisión y tejiendo, como solía hacer cada tarde. -
Tuviste algún problema para que te pagaran? -
Antonia ya te dije que no fue mí culpa lo del tinte, en la caja
decía castaño oscuro, que saliera color naranja intenso
no es mi culpa - decía Jorge riendo Jorge al ver eso, comenzó a tranquilizarla, sabía que si seguía así podía volver a enfermar de su neurodermatitis, que le afectaba cada que se ponía tensa y nerviosa, haciéndola llenarse de ronchas y afecciones oculares -
Mira Antonia ya sé, usaras turbantes como los de la princesa
Carolina y te veras perfecta, además, tu bonita cara se ve bella
con cualquier "marco" Piso aquí y aquí y aquí, había pasado un mes y Mariana recorría nuevamente esa calle rumbo a la casa de renta, piso aquí, aquí y aquí, cada paso tenía un lugar designado en su mente. Ponía sumo cuidado a la calle porque muchas veces había sabido de personas que se lastimaban al dar un mal paso y quedaban con fracturas y hospitalizados, ella no tenía tiempo para perderlo herida, debía atender a su madre y todos los quehaceres de su casa. Le gustaba tanto el orden a su alrededor que no podía entender como tanta gente podía ser tan desordenada. Recordó lo que su madre decía respecto a esos inquilinos y los cuidados que debía tener con ellos. Le recordó a la loca asesina y le pidió ser cuidadosa. Dos jóvenes tan amables no podían ser locos - se decía Mariana. - Hola, ¿viene por la renta? Pase, pase que se la tengo aquí, mi novio ha salido pero me dejó el dinero - disculpe el desorden, pero pase, pase, me estaba arreglando para ir al medico porque me ha dado una irritación en los ojos y apenas los puedo abrir, decía Antonia mientras se acomodaba lo mejor posible una pañoleta atada a la cabeza. Mariana la veía tan ansiosa y con los ojos que parecían inyectados de sangre que no supo que responder. Entró a la casa y vio cuando Antonia sacaba algo de su bolso y al tiempo de inclinarse - para mala fortuna de Antonia - la pañoleta se solto dejando que el cabello saliera cayéndole sobre la cara. Ahora tenía un color desteñido en las puntas que le daban una imagen rojiza como lenguas de fuego. Mariana retrocedió espantada, Antonia al ver esa reacción solo acertó a tratar de cubrir su cabello con las manos dejando caer al suelo el bolso, que en estrepitoso ruido dejo esparcidos por el piso todo lo que en su interior llevaba. Mariana miraba los ojos rojos de Antonia. Caminando hacía atras salió rápidamente a la calle sin siquiera oír lo que Antonia le gritaba. -¡Venga acá señora! ¡Venga! Mire que olvidó el dinero! Pero ya Mariana había desaparecido Piso aquí, aquí y aquí, avanzaba Mariana por la calle presurosa pero sin dejar de medir sus pasos, piso aquí, aquí y aquí y se miraba los pies que aun le temblaban al igual que el resto de su cuerpo, pasó de largo la tienda de los regalos y siguió hasta su casa sin detenerse. Piso aquí, aquí y aquí, repetía. -Mariana
eres tu?
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