Ego [Versión del cuento en francés]
David Solanes [@] [www]

Después de conseguir hacerse con otro día de trabajo, Marcos volvía a casa. Un apartamento situado en el centro de Barna, desde donde una ventana que no conoció ni agua, ni bayeta, mostraba el paisaje gris que describían los transeúntes junto con los enormes monstruos de cemento que jugando con las luces cambiantes de fríos árboles de metal, constituían un hábitat en el que sólo podían vivir seres hechos de siluetas férreas, dotados de propulsores que en su interior albergaban algo que parecía fuera de contexto, personas.

Aquella noche cuando acabó su jornada laboral, y como de costumbre, salió de la oficina pensando en llegar a su pequeña buhardilla, a poder descansar en su confortable butaca de piel natural, pocas quedaban, todas habían sido sustituidas por sillas de plástico.

Salió por la puerta principal, normalmente no lo hacía; por las noches, siempre bajaba por la puerta de servicio, quedarse a trabajar hasta altas horas de la noche tenía sus ventajas, pero a Marcos nunca le gustó la idea de bajar por las enormes y solitarias escaleras de la puerta de entrada principal, hasta le asustaba oír el eco de sus propios pasos. De pequeño tuvo que superar bastantes temores infantiles acerca de señores con aviesas intenciones que habitaban la noche, y que solo esperaban la oportunidad para atacar. En un rincón de su mente aún existían esos miedos, solo que acabaron siendo parte de su mecanismo de auto- defensa. Por eso bajaba por las escaleras de servicio, allá se encontraba con Pedro, el de mantenimiento, y bajaban juntos hablando de las anécdotas del día, o simplemente del partido de basket del próximo fin de semana. A la salida, era costumbre encontrar al guarda de seguridad que preparaba sus notas, armas e indumentaria para el turno de noche. Marcos nunca le preguntó su nombre, pero siempre le obsequiaba con una de sus más cordiales sonrisas y el guarda con uno de sus más educados "buenas noches".

Pero esa noche, no bajó por la escalera de servicio, ni se encontró con Pedro, ni se despidió del guarda de seguridad que empezaba su trabajo a esas horas.

Una vez fuera del edificio, se dirigió hacia la esquina donde había dejado su Colette 2400 de la Ford, y poniendo el dedo pulgar de la mano derecha sobre el vidrio lateral delantero, se abrió la puerta:
  -¡Buenas noches! Mark, ¿Cómo ha ido el día?,- sonó con la acostumbrada voz metálica el ordenador de a bordo.
Siempre los mismos mensajes - pensó Marcos- , siempre los mismos. Subió.

Mientras recorría las calles de la vetusta y cosmopolita ciudad que en tiempos fue cuna de su infancia, empezó a aflorar en su cabeza una idea devastadoramente disparatada, ¿Cuando debía ser la ultima vez que se le pasó una idea con un espíritu de improvisación tan profundo como ese?, ¿Desde la universidad, puede ser?, o tal vez desde la primaria, hacía tanto tiempo..., y entonces abandonando toda idea de meterse en casa, se desvió de su rumbo habitual dirigiéndose hacia el Cinturón. La ciudad había crecido de forma desorbitada en los últimos años, y eso contribuyó a que el ansia de salir del país de alquitrán creciera considerablemente, luego cogió la autopista A- 7, y más tarde una carretera comarcal. Minutos después ya no sabía donde estaba. Continuó vagando absorto por los senderos oscuros de asfalto, hasta que el sueño comenzó a golpear sus párpados y sus músculos empezaban a hacer caso omiso a los impulsos eléctricos que su cerebro mandaba desesperadamente. Comenzó a desfallecer lenta pero inexorablemente, mañana tendría que explicar muchas cosas en la oficina, ese fue el último pensamiento que le ocupó el cerebro consciente, el Colette y sus 2400 Kbites de memoria se encargarían de la seguridad del conductor.

Cayendo en el reino del subconsciente surgieron imágenes que se conjugaban con realidades acaecidas anteriormente; se encuentra con su jefe de personal contando un montón de folios blancos recortados a la medida de un billete de curso legal y cuando gira la cabeza hacia la ventana ve a su secretaria vestida con un mono blanco y subida a un andamio que con cara de esquizofrénica tira cubos de agua contra el vidrio exterior... oscuridad, un deslumbrante foco en la cara:
- ¡Piénselo antes de decidirse! - voces oscuras y tenebrosas, que vienen de caras sin rostro.
Luz.
Sentado en medio de una habitación de paredes rojas, sin techo ni suelo aparente.
Solo.

El cielo lloraba, y sus lágrimas golpeaban levemente la chapa metálica del Colette, el hedor de tierra húmeda y el movimiento de la maleza al caer el agua se unía al frondoso paisaje de altos helechos, falda de enormes torres vegetales que ondeaban sus brazos a los elementos.

Despertó, aún era de noche, Marcos supuso que lo había despertado una pesadilla, pero abriendo los ojos al cabo de unos segundos pudo distinguir una figura que golpeaba el exterior de la ventanilla de la puerta donde él se encontraba. Súbitamente alzó su mano derecha y con el revés de la misma desempañó el cristal. Ante él, apareció un hombre de aproximadamente unos 24 años, cabello largo y rizado coloreado por el sol y de una estatura no superior al metro ochenta, vestido con ropa de confección propia y con ásperas bolsas de cuero sujetadas a sus hombros por anchas tiras de mismo material.

- ¿Te encuentras bien? - pronunció con tono rudo y a la vez cordial.
A través del cristal Marcos sólo pudo leer en sus labios, pero lo entendió, le inspiraba confianza.
- ¡Si! - sonó como una voz en proceso de formación.
Oprimió uno de los mandos del panel de control y automáticamente se abrió la puerta.
- Te has perdido, ven.

Bajó del Colette y siguió a aquel hombre. Fueron a través de verdes murallas construidas con tallos y hojas, abriendo senderos, arañando madejas de grueso hilo verde. El lugar donde habitaba era una construcción simple a primera vista, construida con trozos de metal y aprovechando una cueva natural proporcionada por el cuerpo de un enorme árbol. En un lado relativamente apartado del centro de la cueva, candía la llama rojiza que calentaba y convertía en un lugar acogedor el recinto. - Sécate.- dijo lanzando una toalla.

- ¿Cuál es tu nombre? - preguntó Marcos desdoblando la toalla.
- Puedes llamarme Nord.
Acabó de secarse la cara y se sentó en el suelo, Nord se situó delante de él.
- ¿Hace tiempo que viajas?.

Entonces Marcos levantó la cabeza y por primera vez se cruzó con su mirada. El fondo de sus ojos era turbio y triste, desolador. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que algo funcionaba mal en su cabeza, algo se había borrado del banco de datos de su cerebro, pero no le dio mucha importancia, no la tenía.
- Si.

Nord, se quitó su cazadora, y la extendió para que se secara.
- ¿De donde vienes? - sonó como una afirmación.

"Buena pregunta, ¿De donde viene usted Marcos?; no, solo paseaba por la madrugada, ¿sabe?, de vez en cuando, me gusta perderme por selvas de mucho cuidado y encontrarme con panoramas parecidos a estos".
- De Barna.
- Un hijo del asfalto.- replicó Nord.

Entonces se abrió una puerta y apareció una mujer muy joven que vestía minifalda de piel con un sujetador de cuero pegado al cuerpo como una segunda piel, pelo ondulado y largo, con tenues reflejos rubios, ojos oscuros y piel blanca cual armiño. Nord se levantó del suelo y salió al exterior, ya no llovía. La chica se acercó a Marcos, y Marcos como despertando de un estado de hibernación preguntó.

- ¿Nord es tu marido?.
La joven, lanzó una sonrisa llena de ternura y comprensión.
- No.

Quedando extasiado por la belleza de aquella mujer, se levantó y se puso a la altura de ella, era de más baja estatura que él, así que ella tuvo que inclinar un poco la cabeza hacia arriba.

- ¿Que tiene Nord en la mirada? - le preguntó Marcos.
- La razón de ello me la da éste lugar; hace mucho tiempo amó a una mujer, una vez que se correspondieron y la mujer le dio su cariño, lo despreció. Ello hizo que Nord cayera en un mar de confusiones y en laberintos mentales sin salida, escapó como pudo de aquello y vino a vivir por estos lares.

Marcos se sintió incómodo, pero cuando menos se lo esperaba, se encontró con los labios de la joven que acariciaban los suyos, sintió que las cálidas manos de ella se deslizaban por su ropa desabrochando todo botón o cremallera existente en su atuendo dejando al descubierto el velloso cuerpo. Acariciando la tersa y perfumada piel de ella y llenando ríos de sensaciones, la fue conduciendo hasta donde se encontraba el suelo enmoquetado por calientes pieles, y despojándole de las pocas prendas que vestía, rozaron sus cuerpos uniendo sus almas, se amaron.

Marcos despertó, el sol empezaba a bañar la tierra. Cuando alzó la cabeza se dio cuenta de que estaba en el Colette;

- Buenos días Mark.- Cortó el silencio la voz del ordenador. Accionó el contacto y marcó las coordenadas de Barna en el programa de viajes, se puso al volante.

Paró en una estación de servicio, allí se aseó un poco y comió algo, eran las 7:04 de la madrugada de un miércoles. Aparcó el Colette en uno de los pocos sitios libres reservado para empleados medios, cogió su carpeta llena de apuntes y con paso apresurado y decidido, se dispuso a entrar por la puerta principal, vio a el guarda de seguridad de la mañana que ya había ocupado su puesto reemplazando al de noche.

Al pasar por la planta C saludó a Pedro que, vestido con su mono azul estaba enmarañado con multitud de cables que salían de una caja empotrada en la pared.

Llegando a su despacho dejó la chaqueta en un perchero situado a la derecha de la entrada del recinto donde estaba su secretaria, le saludó.

- Buenos días Sr.Nord. - Hola, Teresa.

Cruzó la habitación abrió la puerta situada en frente de la primera y la cerró lentamente. Teresa siguió tecleando.

 

 

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