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Francisca Esther, mi esposa.
"Aunque el otoño de la historia cubra vuestras tumbas con el aparente polvo del olvido, jamás renunciaremos ni al más viejo de nuestros sueños" Miguel Hernández Por aquellos azares del destino, había intuido -sin premeditarlo- que aquella noche sería distinta a las otras; para lograrlo, buscaría darle ese toque que la diferenciara, llenarla de detalles... que fuese más romántica. Hacía meses que venía planificando la celebración, y cuanto centavo llegaba a sus manos lo iba ahorrando, pues ansiaba con todas sus fuerzas que el primer aniversario tuviese esa magia exquisita, que se llenara de una atmósfera diferente... Temprano, por la tarde, había pasado a la barbería "Los tres compadres", ahí por la Avenida Cuscatlán, cerca del Liceo "David J. Guzmán", a tres cuadras del cine Apolo, lugar donde disfrutara en sus años mozos, la novela clásica de Jorge Isaac, "María", película en la que actuaba como personaje principal, el actor Fernando Allende. La construcción del cine Apolo aún poseía rasgos de un arte Colonial, pero a raíz del terremoto del 86, había dejado de funcionar, utilizándola posteriormente como iglesia Evangélica. Pidió, en un almacén -donde vendían desde cereales, ropa, calzado, carnes, artículos diversos y hasta aparatos electrodomésticos-, que le envolvieran un regalo. Después había pasado a la floristería la "Ilusión", allí por el Mercado Central, cuya propietaria, Mirna Pérez, díjole de inmediato: -¿lo mismo de siempre, don?-, y él había asentido con un movimiento de cabeza. La dependiente se refería a las rosas que continuamente compraba, además de que la fecha era propicia para ello. El reloj, pegado a la pared de la sala-comedor-dormitorio, porque así eran de pequeñas las casas, marcaba las 5:00 p.m. Era un viernes último de julio y quería que fuese especial. La fecha estaba marcada con un plumón fluorescente en el calendario. Por un momento se llenó de nostalgia y el recuerdo allanó su cerebro. Las imágenes llegaban nítidas. Hizo una retrospectiva de su niñez, se vio con pantalones cortos y sin camisa, ayudándole a su madre en los quehaceres del hogar: cocinando, barriendo, lavando trastos... aquello le había marcado, pues lo que aprendió le servía ahora para prepararse sus alimentos. En ese lapso evocativo, trajo a la memoria la vez que decidió marcharse de su casa -se había criado sólo con su madre-, ya que su padre les abandonó recién él naciera. Su progenitora, había dado a luz en casa de una partera llamada Alicia, quien le asistiera en un rancho desvencijado, como todos los existentes en el cantón "Los sueños", nombre bien puesto, pues los residentes -en su mayoría- vivían de sueños o de promesas que los mandatarios de turno les hacían, o más bien se acordaban del lugar sólo en las campañas proselitistas... de eso hacía quince largos años, o sea, cuando rondaba los 17. ¡Humm!, -suspiró-, ¿cuántas cosas han pasado?, se dijo. Sin embargo, la decisión de abandonar la casa le había dado el temple necesario para ver la vida de una forma diferente; sin prejuicio, a fuerza de sacrificio y perseverancia, se había labrado un camino y aunque continuaba siendo pobre, tenía techo donde vivir y alguna que otra comodidad... Comenzó a sacar del baúl de madera que le heredara su abuela Nicolasa, el día que decidió hacer su vida independiente: candelabros, cirios, copas de cristal -las que usaba sólo en ocasiones- un bello mantel de color blanco, de fina textura, con flores bordadas en las esquinas, lo pasó por su nariz, sintió su añejo aroma y de un ¡zas! lo extendió en la mesa, para luego colocar una bandeja de bronce que comprara allí por El Calvario, y en ésta unas lindísimas copas de cristal, que adquiriera una tarde en las llamadas ventas de remate en la Cornucopia, así como unos platos de vidrio que le regalara su amigo, casi hermano, René Humberto Guevara González; sin embargo, los cirios aún no los encendía, pues era muy temprano todavía. Abrió el refrigerador e hizo un inventario mental de lo existente: una gaseosa litro, flanes, unos helados, espaguetis, arroz a la valenciana, que esa misma mañana cocinara y un pavo horneado que hacía una semana comprara en la tienda "Trinidad", de don Antonio Medrano, esposo de doña Blanca García, mujer emprendedora y carismática... no obstante, sabía que algo faltaba y no lograba descifrar qué. Fue sacando cada cosa de la refri: el arroz y el pavo los llevó a la cocina o lo que pudiese llamársele como tal, pues como el nivel poblacional del país había aumentado en la última década, ahora las casas que vendía el Fondo Social para la Vivienda, parecían cajas de fósforo, por ello había acondicionado un espacio para la cocina, otro para su mini biblioteca y el resto para dormitorio. La ansiedad porque llegase su amada hacíale sentir que cada segundo pareciera un siglo. Vio nuevamente el reloj pegado en la pared color salmón y a un lado de éste, pendía un cuadro a tinta de Juan Antonio Perla Molina, el pintor de San Juan Opico, cuya temática transitaba en la depredación del medio ambiente: árboles mutilados, soledad, aridez... apenas eran las cinco y media. Era un reloj pequeño, comprado una mañana de invierno a José, joven en quien los padres habían cifrado las esperanzas, pues -de acuerdo a los docentes del instituto nacional donde éste se graduara con honores de bachiller- era un estudiante aventajado; pero por andar con malas juntas, de la noche a la mañana se volvió marihuano y, de ser un simple consumidor pasó a traficante, apresándolo la policía en un operativo, hasta llegar a parar al penal "La esperanza", conocido como "Mariona", por estar ubicado en el cantón San Luis Mariona de Ayutuxtepeque; no obstante, y gracias a las oraciones de su madre Eloísa, salía libre y después se congregaba en una iglesia... Cuando el reloj marcó las 6:00 p.m., se fue directo al baño. El agua de la ducha estaba completamente fría, más no le importó, al contrario, disfrutaba cuando ésta recorría su cuerpo, mientras un viejo espejo reflejaba tal cual era su anatomía. Se puso romántico y durante el baño evocó unos versos del poeta salvadoreño-guatemalteco José Batres Montúfar... "Yo pienso
en ti El susurro de un moscarrón lo sacó de sus cavilaciones y cerró la llave de la ducha. A las 6:30 p.m. se encontraba fresco; se echó una fragancia francesa, cuyo aroma no era tan extravagante. Sacó del armario una camisa manga larga ocre, a cuadros, con fondo blanco; era una camisa lindísima que a ella le gustaba mucho vérsela puesta, así como un pantalón negro. Observó por la ventana y vio un cielo despejado; sonrió, pues eso le indicaba que la noche sería espléndida. A lo lejos, pese a la hora, sólo se escuchaban los latidos de algún perro aguacatero deambulando por las callejuelas. Le llamó la atención que la vecina no estuviera husmeando como de costumbre y se dijo: "todo está a pedir de boca". Su amada, Esther, llegaría pronto. Sacó unos casetes con música que se prestaban para la ocasión: Luis Miguel, José José, Álvaro Torres, Camilo Sesto... todos ellos serían cómplices de esa noche. Encendió la radio, sintonizó Radio El Mundo "El lenguaje de las almas"... Se escuchaba la "5ª. Sinfonía" de Beethoven; la cual le hizo recordar la fecha que le conoció. Fue en una excursión al Cuco, una de las playas en el Oriente del país. Desde que la vio sonreír, sumergirse en las olas del mar, irradiar felicidad por los poros... comprobó que había sido flechado. Sin embargo, atendiendo consejos de su madre, no quiso preguntarle al instante su nombre, pero por eso de los azares, cuando regresaban del paseo, el autobús recibía desperfectos mecánicos, y como quien no quiere la cosa, se acercó a ella, aprovechando que le acompañaba su hermana Carmen, a quien él ya conocía y se aventuró. Carmen les presentaba: -"Me llamo Esther", le dijo, y él se presentó como Tony. De eso hacía un año y medio exactamente. Sólo fueron cinco minutos los que conversaron, pero para él fue toda una vida. Se dirigió a la cocina, puso el arroz y el pavo a fuego lento. Sacó de la refrigeradora la gaseosa. Vio de nuevo el reloj: faltaban quince para las siete.Encendió los cirios, apagó todas las luces para que el ambiente se fuera imantando de ese toque especial... romántico... Cinco minutos faltaban para la hora indicada. Sonó el timbre incesantemente, abrió la puerta y ahí estaba ella, Esther, en el umbral, irradiando la alegría que le caracterizaba. Lucía un vestido morado lila, hecho a su medida: una cadena de oro con la imagen de la Virgen María y unos zapatos negros de tacón. -La próxima vez que te vea" -, le dijo ella, -vendré con unos zapatos más altos para poder alcanzarte en estatura y poder verte a los ojos"... Ambos habían recordado aquellas frases y habían sonreído, dándose, a su vez, un beso apasionado. Él la asió por la cintura y le acercó una silla al comedor. Tony fue a la cocina, sacó el pavo del horno, cuyo olor hacíase sentir ya en toda la cuadra. Vació gaseosa en las copas, sirvió la cena... oyeron a Shopin. Al compás de la música, él le dijo a ella: -"Quiero que compartamos esta noche y que no la olvidemos nunca", a lo que Esther correspondió con un beso. La cita se había cumplido, el amor iba creciendo, aquella reunión tenía un dejo de sueño que se añejaba en el tiempo... a lo lejos, Joan Manuel Serrat, tarareaba "La mujer que yo quiero, no necesita, bañarse cada noche en agua bendita"....
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