Al principio era la Nada... Se hallaban unos seres luminosos, llenos de luz y armonía, llenos de sensibilidad, llenos de amor. No existía la envidia, ni la ambición, ni el odio, ni el rencor, ni la codicia, ni la maldad... Tan sólo regía una Ley: Amarás al Maestro sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo. Vivían en un lugar al que llaman universo, donde lo perfecto es permanente y lo permanente es eterno. Ellos lo llamaban EDEN. Nacían para amar, crecían para amar y vivían para amar. Todo en ellos era alegría y su alegría era el amor. Amaban todas las cosas, se amaban entre ellos, y sobre todo, amaban a su, todo poderoso, Maestro. Sus cuerpos eran estilizados de un dorado tan vivo que relucían cual piedras preciosas de inmejorable talla. Y de sus extremidades superiores brotaban dos majestuosas alas del blanco más puro. ¿Su nombre?, Me preguntareis. Pues bien, hay quien los llama Custores, hay quien los llama Paladines, hay quien los llama Justicieros,... Yo les llamo, simplemente, Angeles. La historia que acontece a continuación se cierne sobre uno de estos Angeles, el Angel favorito del Maestro, el patriarca de todo ellos, el portador del Venablo de la Justicia, el portador de la sagrada daga de la verdad, el portador del corazón de Dios. Él era el Arcángel, el Arcángel Gabriel. Un día, el cual me cuesta olvidar, el cual no quisiera recordar... Surgió un Ángel muy sabio, de mirada fría y falto de sonrisa, de piel cobriza y siniestra simpatía. Su nombre se me ha prohibido pronunciar aunque se le conoce como Satán. La ambición de Satán no tenía límites. Desafió al Maestro, desafió la armonía, la paz y el amor. Desafió lo conocido y lo desconocido, y el Maestro lo llamó pecado. Y lo expulsó del universo, lo expulsó del Edén. Y en lo desconocido se proclamó señor de las bestias inmundas. Maestro del mal, de la perversión y del odio. Y a lo desconocido le puso nombre, donde la tortura, la ambición, el egoísmo, el odio y la maldad anidan en toda su magnitud; lo llamó Infierno. ¿Qué son los Demonios? Me preguntareis, pues bien, son criaturas inmundas nacidas de la maldad, carentes de alma y de corazón. Sus cuerpos son perversos, casi tan perversos como sus mentes, pero lo más espeluznante de todo es su mirada, yerma, carente de vida, carente de compasión. Sus extremidades son garras y sus alas parecidas a membranas. Y os aseguro que si alguna vez veis alguno se os congelará el alma, se os comprimirá el corazón y deseareis morir. Satán lanzó sus demonios contra el universo. Lanzó sus demonios contra Edén. Lanzó sus demonios contra el Maestro. Y lo llamó batalla. Quería conquistarlo todo, poseerlo todo,... destruirlo todo. El Maestro reunió a todos sus ángeles, pues la batalla estaba cerca, una batalla sin igual, una batalla entre el bien y el mal. Con su arcángel al frente, se formó el glorioso ejercito de la justicia. Un ejercito para expulsar el mal, un ejercito para derrotar a Satán, pero no fue así. Los ángeles se dirigieron a la batalla portando lanzas, arcos y flechas, espadas y escudos, portando puñales, dagas y saetas. Era una tropa tan numerosa que era inconcebible su derrota. Unos mil millones de ángeles con armaduras resplandecientes, de un dorado tan vivo que se confundía con su propia piel. Con su arcángel al frente, altivo, pues se dirigía a la gloriosa victoria, a la victoria del Maestro, a la victoria del Edén, a su propia victoria,... y de repente un grito... ˇEMBOSCADA! (La vanidad, aunque venga de un ángel, siempre se paga cara). La confusión se hizo latente en el campo de batalla. Se oían gritos por doquier. Las bestias demoníacas atacaban con despiadada brutalidad, sin compasión. El universo entero se cubrió de sangre y los ángeles sólo pensaban en huir, pero les fue inútil. Todos, absolutamente todos, fueron cazados, torturados, despedazados y aniquilados, todos excepto el arcángel Gabriel. Capturado, ultrajado y torturado fue conducido a la presencia del Maligno, a la presencia de Satán. Una fuerte carcajada brotó de sus fauces, una carcajada que era capaz de erizar la piel de cualquier ser vivo, incluyendo a los vegetales. Fue obligado a postrarse ante el Maligno y a su lado dejaron la sagrada daga de la verdad y el venablo de la justicia. Gabriel estaba aterrorizado, desconcertado, humillado y destrozado por aquellos amigos que no volvería a ver, y unas lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas. - Levántate, - ordenó Satán - ¿deseabas utilizar contra mí tu daga y tu venablo, verdad? – dijo, mientras soltaba otra escalofriante carcajada. Gabriel se alzó y al incorporarse sujetó con su mano derecha el venablo de la justicia, en un vano intento de arremeter contra el Maligno, pero este percibió las intenciones del arcángel y le golpeó con toda su ira, con toda su fuerza, con toda su maldad. El venablo de la justicia se escurrió de entre los dedos del arcángel. Todo el costado derecho de Gabriel quedó carcomido por la maldad del golpe. Una maldad que llegó a su corazón, un golpe de miedo, un miedo que se apoderó de él. Fue conducido a través del enjambre de demonios, para que diera fe de la colosal derrota que habían sufrido y exigir la presencia del Maestro ante el Maligno, ante los ojos de Satán. Y Gabriel huyó. Huyó con medio cuerpo destrozado. Huyó con la daga de la verdad. Huyó con el venablo de la justicia. El arcángel vagó por el universo, tal vez fueran minutos, tal vez fueron horas, tal vez días,... o años. Carecía de rumbo, no tenía destino y tampoco le importaba. No quería enfrentarse al Maestro, la vergüenza invadía todo su ser, vergüenza de enfrentarse al Maestro, vergüenza para explicarle el genocidio que había presenciado. Pero el Maestro que todo lo ve, que todo lo sabe, le llamó y le dijo: - Gabriel, ¿porqué te escondes de mí? La vida es el don más preciado para mí. Mira a tu alrededor y veras miles de millones de estrellas, estrellas que brillan con luz propia, estrellas que jamás la maldad de Satán podrá apagar. Miles de millones de almas de ángeles caídos custodian su luz. Acércate a cada una de ellas y contempla su resplandor, y en cada una de ellas veras la sonrisa de un amigo. El arcángel recorrió todo el universo contemplado estrella por estrella, y en cada una de ellas veía el rostro de un ángel. Y a cada una de ellas les dedicó una sonrisa. Y en cada una de ellas, al menos, una lágrima surcaba alguna de sus mejillas. -
Maestro, te he fallado – dijo Gabriel – Mi arrogancia ha sido la culpable
de mi derrota, mi vanidad ha conducido a la muerte a todo un ejercito
de amigos, mi jactancia ha corrompido la mitad de mi cuerpo. Ante los ojos de Gabriel apareció un ángel con el ceño fruncido, de mirada penetrante, tan penetrante, que te desnudaba el alma. Tenía la mirada de aquellas bestias inmundas que había encontrado en el campo de batalla, pero con una salvedad, su mirada reflejaba protección. Su porte elegante. Su cuerpo bien musculado. Sus alas más grandes,... más largas,... más anchas, quizás el doble. Carecía de armadura, de dagas, de puñales, carecía de espadas, arcos y flechas... pero en él se distinguía la certera victoria. Gabriel entregó, tal y como había dicho el Maestro, la sagrada daga de la verdad y el venablo de la justicia a Guerra. Este miró al arcángel y asintió con la cabeza. - Ahora, mi amado arcángel, serán ellos los que pagarán cara vuestra infamia, pagarán por sus pecados – dijo Guerra. Y con un abrir y cerrar de alas desapareció, como un relámpago, en el infinito. Y cuentan, que en el campo de batalla, Guerra no tenía rival. Se enfrentaba a las más horribles bestias, a los más despiadados demonios, a los más horripilantes engendros, a ejércitos enteros del mal, pero cuan más dura la batalla era, más fuerte se volvía Guerra, y más grande su victoria. Gabriel fue conducido a Edén por el Maestro. Edén, el paraíso de los ángeles, donde volvería a encontrar la paz, donde podría mitigar sus heridas, donde conocería el amor en su máximo esplendor, donde conocería la pasión. (Debo decir, antes de continuar con el relato, a pesar de innumerables fábulas, leyendas e historias que eluden al sexo de los ángeles; puedo afirmar que lo tienen. Existen varones y hembras, como en la mayoría de seres vivos). Sishaya fue concebida para amar a Gabriel, y Gabriel fue concebido para amar a Sishaya. Ambas eran almas gemelas. Sus corazones, sus pensamientos, su esencial vital se complementaba a la perfección. Y os aseguro que jamás vi belleza igual, ni tanta sensualidad unidas a una persona como la que contemple al ver por primera vez a Sishaya. El arcángel se perdió por Edén. No quería ver a nadie, no quería conocer a nadie, no quería hablar con nadie. Los días pasaban y su soledad se incrementaba, tan sólo podía pensar en su próximo enfrentamiento con Satán, tan sólo podía sentir el miedo de volver a combatir al maligno. Y su miedo tan sólo podía compararse con su soledad, y de pronto sintió una mirada, una mirada que calienta el alma, una mirada que enciende la vida, una mirada que te atraviesa el corazón. Y vio a Sishaya, vio la vida,... volvió a sentir el amor. Ella se acercó lentamente, dejando que la floresta acariciara su esbelta silueta. Sus movimientos eran insinuantes y al mismo tiempo naturales. Se acercaba lentamente, tímidamente, delicadamente al encuentro del arcángel. - Me llamo Sishaya, - dijo - me dirijo al lago de los mil colores ¿queréis acompañarme? - Sishaya no esperó ninguna respuesta, con la misma gracia natural que ondean los árboles al viento, se dirigió directamente al lago rozando levemente la mejilla de Gabriel con su ala derecha. Gabriel se estremeció, su estomago se encogió, su corazón empezó a palpitar desbocadamente, y su consciencia se volvió inconsciencia. -
Espera, me llamo Gabriel. Gabriel se sintió estúpido, todos sabían su nombre, todos sabían quien era el arcángel. Y sin más se puso a seguirla, torpemente. Llegaron al lago, una de las maravillas del Edén se abrió ante los ojos del arcángel. El lago estaba rodeado de abetos coralígenos, una modalidad de abetos. Su altura superaba los doscientos metros, sus ramas se alzaban buscando el cielo para después precipitarse hacia el suelo en una brutal cascada de hojas multicolores. El lago era tan grande que bien se podía confundir con un océano de aguas cristalinas y calmadas, parecía un auténtico espejo, tan sólo los peces producían alguna que otra onda en sus tranquilas aguas,... y los pájaros entonaban una dulce melodía que convertía, aún más, el escenario perfecto para un idilio. Tanta belleza tan sólo era superada por Sishaya, que se situó junto al lago. Su dorada silueta se reflejaba en el agua conjugando un sin fin de destellos luminosos, como si cientos de diamantes dibujaran, en las tranquilas aguas, su majestuosa figura. Gabriel se acercó lentamente, embrujado por la grandiosidad del escenario, embrujado por la música que le envolvía, embrujado por la mirada de Sishaya. Sus piernas empezaron a andar hacía ella, en un andar involuntario, en un movimiento inconsciente, atraído por su mirada, sin poder pestañear, sin poder respirar, tan sólo, podía oír su corazón desbocado. Se situó junto a ella, y fue entonces cuando contempló, por vez primera, el reflejo de su silueta después del enfrentamiento con el maligno. La mitad de su cuerpo era de un dorado muy vivo, resplandeciente y brillante, pero la otra mitad era ruin, llena de daños, como si la lepra se hubiera apoderado de la mitad de su maltratado cuerpo,... y sintió vergüenza. Bajo la mirada y dispuso a marcharse. Sishaya le agarró por el brazo derecho, le agarró por el brazo desfigurado, le agarró con tanta suavidad que el arcángel no pudo dejar de estremecerse, y dijo: - No os marchéis, mi arcángel, o mi vida dejará de tener sentido – y dicho esto se abalanzó a los brazos de Gabriel. Se acariciaron lentamente, suavemente, eternamente,... se besaron, unieron sus labios,... se abrazaron,... y finalmente unieron sus cuerpos, con tanta pasión, con tanto amor, que el Maestro decidió que un acto de amor como el que acababan de realizar debería dar un fruto, y lo dio. Pero para que se pudiera recordar tenían que esperar nueve meses. Pasaron tres meses y con la dulzura de Sishaya, el arcángel, empezó a mitigar sus heridas. Su costado derecho, lentamente, se iba sanando, poco a poco volvía a recuperar su color natural. Su idilio parecía no tener fin. Los actos de amor eran constantes. Besos, caricias, abrazos,... y naturalmente, sexo. Ellos no lo sabían pero en el interior de Sishaya se estaba gestando el fruto de su amor. Pero un día, el arcángel, contemplo gran mejora por sus heridas y le pregunto al Maestro por Guerra. - La batalla final se acerca – dijo, simplemente. Gabriel sabía lo que significaba, sabía que debía partir en busca de Satán, sabía que debía enfrentarse al Maligno. Y una noche mientras estaba abrazado a Sishaya, esperó a que se durmiera y dándole un beso en la mejilla,... se fue. El arcángel partió sin miedo, partió en busca de la batalla, partió en busca de Guerra para enfrentarse a Satán. Se repetía una y otra vez a sí mismo: "No debo tener miedo. El miedo anida en el corazón, y en mi corazón sólo está Sishaya, nada debo temer". Y por fin la batalla. Una batalla sin igual... cientos de miles de millones de demonios envolvían a Guerra, pero este ni un rasguño sufría. Golpeaba, desgarraba, mataba a cualquier rival. No importaba si estaba delante o detrás, arriba o abajo, a izquierda o derecha,... todo aquel que se le acercaba encontraba el fin de su destino. Al extremo del campo de batalla,... el Maligno, que contemplaba con repulsión los asombrosos movimientos de Guerra, y al otro lado, el arcángel Gabriel que se repetía una y otra vez "No debo tener miedo. El miedo anida en el corazón, y en mi corazón sólo está Sishaya, nada debo temer". Guerra, en un principio, diezmó al ejercito de Satán. Luego lo redujo a la mitad... a una cuarta parte... y finalmente a dos.Y no sé bien por qué, pero les perdonó la vida diciendo: - Podéis iros, ya he matado suficientes bestias por hoy. Satán, al oír las palabras de Guerra, entró en cólera, y de su propia cólera brotó una carcajada, y de su carcajada brotó una flecha incandescente, una flecha endiablada, una flecha de muerte. Y la flecha se dirigió de lleno a Guerra, buscando su fatal destino, para derrotar al inderrotable, para vencer al invencible,... y Guerra esquivó la flecha golpeándola con el venablo de la justicia, aunque no sabría decir con certeza si fue Guerra quien golpeo la flecha o fue la flecha la que golpeó el venablo. Y el venablo se rompió, se rompió lo eternamente irrompible, se rompió la justicia... Pero la flecha no se desvaneció, sino todo lo contrario. Cogió más fuerza y más brío, y se dirigió hacía el arcángel. Gabriel parecía inmovilizado, sorprendido, boquiabierto,... y cuando la flecha estaba a punto de penetrar en su corazón, vio el rostro de Guerra sonriéndole, abrazado a él. - Que bonito es morir en los brazos de mi amado arcángel – dijo Guerra. Y la luz de sus ojos... se apagó. El arcángel permaneció abrazado al cuerpo sin vida de Guerra, contemplándolo, y por extraño que parezca, no se sentía afligido, ni dolorido, sino todo lo contrario, había presenciado el amor absoluto hacia los demás, entregar la propia vida. Una entrega de amor. Guerra lo había dado todo. Satán entró en cólera. Arrancó el cuerpo sin vida de Guerra de los brazos de Gabriel y lo lanzó hasta los abismos del propio infinito. Su ira era tan grande que de su mirada brotaba un odio atroz, y una avaricia inmensa inundaba por completo todo su ser. Y golpeó, de nuevo, el rostro de Gabriel, con todo su odio, con toda su ira, con toda su avaricia, pero esta vez, el arcángel, no se doblegó. El miedo no tenía lugar en el corazón de Gabriel. El amor que sentía por Sishaya era tan grande que no había lugar para el miedo. El arcángel miró al Maligno, le miró directamente a los ojos, le miró el alma, contempló su corazón. Y Gabriel comprendió que era el ser más infeliz que jamás hubiera contemplado, y sintió lástima de él, sintió lástima de su pobre alma, sintió lástima de su corrompido corazón,... pero Satán también penetró en el alma de Gabriel, penetró en su corazón, penetró y vio... el amor. Y su ira creció en demasía, agarrándolo por el cuello para quitarle la vida. Y cuentan, que en las manos del arcángel apareció, no se sabe exactamente como, la sagrada daga de la verdad. Arremetió contra Satán, pero no llego a alcanzarlo. El Maligno le golpeo con un fuerte revés, carcomiendo su costado izquierdo, doblegando el cuerpo del arcángel, doblegando su voluntad. Gabriel estaba en los pies de Satán, con todo el cuerpo calcinado, y aún así se repetía "No debo tener miedo. El miedo anida en el corazón, y en mi corazón sólo está Sishaya, nada debo temer"... y con estas palabras se levantó. Esta vez Satán estaba dispuesto a acabar con la pesadilla del arcángel y abriendo sus enormes fauces vomitó un haz de luz muerta, un haz de luz que acaba con la vida, un haz de luz que conlleva la muerte,... y penetró en el pecho del arcángel, consumiendo su corazón, arrancándole la vida. Gabriel estaba muerto. - ˇSATÁN! ¿Qué le has hecho a mi arcángel? – gritó el Maestro, contemplando el cuerpo sin vida de Gabriel. El Maligno ordenó a los dos demonios supervivientes que atacaran al Maestro, los dos demonios a los que Guerra había perdonado la vida, a esos dos engendros del mal. Las dos bestias se dirigieron a cumplir los designios de Satán, pero al llegar al encuentro del Maestro se detuvieron, lo miraron, y lo contemplaron con admiración. Y el Maestro les sonrió y les dijo: - Desde hoy, os prometo que seréis llamados hijos míos y tendréis un lugar a mi lado. No se os verá como bestias, ni como monstruos, ni como demonios. Yo os llamaré hijos míos y vuestro nombre será el de Hombres, y como hombres creceréis y os multiplicaréis. La osadía de Satán era tal, que arremetió contra el Maestro para golpearle,... y le golpeó,... y le volvió a golpear,... y otra vez. Y cayo,... y volvió a caer,... y otra vez. Para levantarse,... y volverse a levantar,... y otra vez. El Maestro ya no era uno sino tres, tres en una misma persona. Y miró a Satán y le dijo: - Desde hoy te destierro del universo, te destierro de mi universo, te destierro para siempre del paraíso, te destierro del Edén. Te dirigirás a mí como Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, pues eso has querido tú que yo sea – y empujó al Maligno de su lado. - Tú, ¿mi Dios? – se burló Satán. Y exhaló para lanzar un rayo de muerte al Maestro. Pero el cuerpo sin vida de Gabriel se alzó, interponiéndose entre ellos. Cruzándose con el rayo de muerte, para salvar a su Dios. Aún con la daga de la verdad en su mano, se dirigió hacía el Maligno para incrustarla en sus entrañas. Y la daga penetró,... y le llegó al corazón,... y ambos cayeron. Del arcángel brotó una estrella, una estrella para mostrar el camino, y se dirigió al norte. El cuerpo del Maligno, a los confines del universo. Allí donde dicen que no hay nada, y que nada existe. Allí donde la vida es nada y la nada es todo. Allí donde vida es muerte, allí donde Satán es nada. Ese mismo día, el Maestro, encomendó a los ángeles la custodia de sus hijos, encomendó la guarda de los hombres, para librarles de todo mal, para enriquecer sus corazones, para alimentar sus almas. Desde entonces esa es la función de los ángeles. Y aquí termina esta historia, y a vuestra elección dejo el que creáis, si es realidad o ficción, si existimos o por el contrario es pura fantasía. Mi nombre, poco importa, pero me llamo Gabriel,... y soy el arcángel Gabriel. Hijo de un arcángel y de Sishaya,... la dulce y bella Sishaya,... Yo nací de un amor, y vivo para el amor. En lo que se refiere al Maestro, mi Dios, debo deciros que su pena por estos acontecimientos acaecidos es la mayor que pueda existir... ... salvo, tal vez, la que siente Sishaya... Gabriel
Se me olvidaba. ¿Quién es Dios? ¿De qué está hecha el alma? ¿Para qué vale la pena vivir? ¿Para qué vale la pena morir? Sólo hay una respuesta a todas estas preguntas: "Amor". El amor jamás lo vendáis, ni lo prestéis,... simplemente, ENTREGADLO.
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